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Así terminan el año los mercados y bulevares de Caracas #30Dic LAS MÁS RECIENTES

Así terminan el año los mercados y bulevares de Caracas #30Dic LAS MÁS
RECIENTES

«No es que los venezolanos dejemos las cosas para última hora; es que al final del año los buhoneros lo rematan todo y uno no está como para dejar pasar las ofertas». Es la conclusión a la que llega Patricia mientras termina de pagar los tres pantalones que acaba de comprar. Sus palabras se mezclan con el barullo que hay en el bulevar de Catia, al oeste de Caracas. Un comerciante ambulante la mira con una ceja alzada.

Faltan menos de dos días para que se acabe el año. Son las nueve de la mañana del 30 de diciembre y en el pasaje hay transeúntes que caminan esquivándose unos a otros. Aunque se forman pequeñas aglomeraciones y el ruido de las voces aturde, la afluencia es baja, para tratarse de uno de los mercados más populares en el penúltimo día del año, justo en el periodo de flexibilización de la cuarentena decretada por el gobierno. No hay funcionarios de la policía cerca.

Grupos de niños corretean entre puestos de ropa. Es lo que más se vende a finales de año, porque los precios bajan y prendas que antes valía cinco dólares, ahora pasan a costar tres. Padres caraqueños intentan adquirir los estrenos de sus hijos para la noche del viernes 31.

«Yo preferí comprarle todo después del 24. Me sale más barato y es mejor que empiece el año con ropa nueva. Navidad no importaba tanto», comenta Luisa Barbera. Asegura haber gastado veinte dólares en un par de leggins, una falda, una camisa y media docena de medias para su niña de nueve años.

Por otro lado, a pesar de que se multiplican los puestos de comida, pocos se acercan a ellos. Pero hay grupos alrededor de los carritos llenos de mandarinas, la fruta que siempre está presente en cada cena de Año Nuevo. Las venden a cinco o siete bolívares el kilo. También se ofrecen manzanas en todos lados, rojas y verdes, a precios calculados en divisas. Seis por dos dólares, un monto que equivale al sueldo mínimo venezolano, que se ubica en diez bolívares desde mayo.

Nadie compra uvas. El kilo está en diez dólares y los compradores apenas las miran, aun cuando son una tradición en Venezuela comerlas antes de que den las 12 del primero de enero.

El precio del dólar para la mañana del 30 de diciembre es de 4,76 bs, pero en Catia lo cobran a 5,5 bolívares si el cliente decide pagar con la devaluada moneda nacional, bajo la excusa de la hiperinflación que se vive en el país. De acuerdo con el Observatorio Venezolano de Finanzas, en términos acumulados y anualizados las tasas de inflación se situaron en 616,9 % y 769,0 %, respectivamente, para noviembre de 2021. Igualmente, FocusEconomics estima una inflación de 730 % para Venezuela en 2022.

Debido a la poca llegada de clientes, esta vez se acepta efectivo en bolívares o moneda extranjera, incluyendo pesos. Nada parecido a inicios de mes, cuando la reticencia al dinero venezolano era evidente.

«Lo que venga se acepta. Pero si es bolívar, más caro es el precio. Uno no sabe como va a estar ese dólar el primero de enero. Así que nos cubrimos la espalda, por si a las moscas», dice Andrea González, vendedora de alimentos. Frente a ella se encuentra Zaida Bolívar, que mira con aburrimiento el andar de los demás. Su puesto de licores y alcohol está intacto. Nadie se ha llevado el ron, el anís o el aguardiente que acomodó en filas sobre una mesita de plástico.

«¡Uy, esto está terrible! Nada como diciembres anteriores. De dos años para acá las ventas han bajado mucho; hay gente, sí, pero no gente que te compra. Espero que, con el favor de Dios, mañana sea mejor», dice Bolívar. La multitud en Catia está más concentrada en las ofertas de blusas, jeans y vestidos. A lo largo de Caracas, la escena se repite.

Multitud de fin de año

En La Hoyada, el concurrido centro de la ciudad, se camina a empujones en los mercados principales. Alrededor de la estación del Metro una multitud intenta transitar bajo el claro cielo decembrino. El clima es fresco pero solo hay sudor, quejas y aire caliente dentro de la muchedumbre en las aceras, que revisa curiosa las ofertas de pantalones por diez dólares o blusas por cinco.

Hace solo un año, el uso del tapabocas impedía ver los rostros de los que acudían a la calle y que procuraban no contagiarse. A finales de 2021, en el mercado Cruz Verde de la Hoyada es posible distinguir con detalle cada rasgo de la cara de centenares de hombres, mujeres y niños que caminan a centímetros de distancia. En medio del alboroto, carraspean o se gritan con la boca y la nariz descubiertas, como si el COVID-19 fuese un lejano recuerdo.

Para el 29 de diciembre, en Venezuela se contabilizaron 444.186 casos de coronavirus desde el inicio de la pandemia. La variante ómicron ya se detectó en Venezuela. Al menos nueve casos han sido identificados desde el 22 de diciembre en Caracas, Miranda y Lara. Grecia Sanabria, que vende ropa interior, entorna los ojos cuando le mencionan el COVID-19.

«Aquí se va a morir el que se tenga que morir. Ya basta con el tiqui-tiqui del Covid. La gente lo que tiene que hacer es ponerse su vacuna y ya. Vamos para dos años de esto y uno lo que está es cansado. ¿Va a ser la misma guachafita de la cuarentena el próximo año? ¿Otra vez una semana sí y otra no? ¿Quién aguanta eso? Nosotros tenemos que trabajar, mira a tu alrededor», dijo a Efecto Cocuyo.

Sanabria indica que, aunque las calles están repletas, en realidad las ventas han bajado. Asegura que la semana del 24 fue más productiva. Ahora sobre todo hay padres que buscan ropa de última hora para los niños y adolescentes. Les resulta importante que empiecen el 2022 con zapatos y camisas nuevas.

Las mandarinas también se venden aquí, pero en menor medida. Sin embargo, casi no hay ventas de uvas. Un solitario carrito lleno de ellas se mantiene sin clientes. La bolsita de un kilo cuesta diez dólares.

«Son importadas y no las voy a vender más barato. Nada de quitarle un dólar o dos porque salgo perdiendo», sentencia Wilmer Sulbarán, el dueño del puesto.

En La Hoyada si hay presencia de funcionarios de la policía. Vigilan a los caraqueños que llenan la calle, pero no les piden que usen el tapabocas, como en 2020. Se limitan a observar como se venden los suéteres y zapatos para niños a precios rebajados.

«Sí es cierto que se ve gente. Es medio difícil caminar, pero nada como el 24. Por aquí no se podía pasar de lo lleno que estaba. Ahora la cosa está floja», explica una vendedora de juguetes. Los está «rematando», debido a que ya pasó Navidad y la temporada está a punto de terminarse.

Más buhoneros en Sabana Grande

La ola de compradores de estrenos llega hasta Sabana Grande, el bulevar más famoso del centro-este caraqueño. Son las 11 de la mañana y decenas de personas transitan, pero los buhoneros aseguran que en la tarde es cuando se llena el lugar.

«La verdad, este diciembre ha sido del asco. Comparando con diciembres anteriores a la cuarentena, claro. La gente sale y no se a qué. Creo que a mirar, porque hoy he vendido solo cuatro franelas. En la semana del veinticuatro vendí una docena nada más en la mañana, por lo menos», expresa Daniel, vendedor del sitio.

Las zapaterías se mantienen abiertas con pocas ventas, al igual que las tiendas de ropa. Los dueños miran con desconfianza a los vendedores informales, con los que compiten en temas de precios. Aseguran no haber visto tantos en el bulevar desde hace décadas.

Mientras el miércoles 29 de diciembre la policía intentaba desalojar a los puestos ambulantes, el 30 no hay rastros de funcionarios más que en las entradas del metro de Sabana Grande.

También hay manzanas, mandarinas y uvas en Sabana Grande, pero la gente no les presta atención porque prefieren comprar las dos primeras en los mercados populares y la última resultan costosas.

«Con diez dólares me compro un pantalón o un pan de jamón, si me pongo exquisita. ¿Quién va a pagar diez dólares para pedir deseos con las benditas uvas? El 31 comeremos mandarinas», dice Neida Brito, una de las transeúntes del bulevar.

Las compras de última hora continúan en Caracas, pero sin el frenesí de años anteriores a la llegada del COVID-19 a Venezuela. Comerciantes (formales e informales) prevén que un buen porcentaje de su mercancía terminará almacenada o guardada para 2022, un año en el que esperan que haya más «suerte», aunque la flexibilización de la cuarentena termina al llegar enero del nuevo año.

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