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Cuando Sanborns era una fuente de sodas

Cuando Sanborns era una fuente de sodas

Texto y fotografía actual: Carlos Villasana y Ruth Gómez

Diseño web: Miguel Ángel Garnica

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A unos metros del cruce peatonal más concurrido —y estratégicos— de la ciudad, rodeado de palacios de mármol, edificios de cantera o torres de hierro y vidrio, se encuentra uno de los sitios más emblemáticos de la capital: una casa blanquiazul de belleza incuestionable.

En la época colonial, la Casa de los Azulejos fungió como residencia de la familia del Conde del Valle de Orizaba. De acuerdo con la leyenda popular, el Conde sentenció a su hijo diciéndole que él nunca podría tener “una casa de azulejos” porque tenía un estilo de vida lleno de lujos y no procuraba su futuro. Tiempo después, cuando el hijo le sucedió al título, ordenó vestirla con cientos de azulejos de talavera que han logrado sobrevivir a innumerables modificaciones que los años le han traído a la urbe.

El interior de la Casa es un claro ejemplo de la arquitectura barroca “churrigueresca” de la entonces llamada Nueva España, cuya característica principal fue el hacer que el adorno excesivo en muros, puertas, techos, columnas y escaleras se complementaran de manera ideal, logrando en este caso, una residencia con un ambiente elegante y cálido.

Plazuela de Guardiola; casas Escandón y de los Azulejos y la calle de San Francisco, ahora Madero, hacia el Zócalo capitalino. Colección Villasana - Torres.

Sede del entretenimiento aristocrático

A lo largo del siglo XIX la Casa de los Azulejos tuvo varios dueños y usos, hasta que en 1881 el Ayuntamiento capitalino decidió y auspició que sería la sede del Jockey Club de la Ciudad de México.

Su nacimiento fue del agrado de unos y del repudio de otros, ya que era un sitio que legitimaba la diferencia social de la época en pleno corazón de la capital; sin embargo abrió sus puertas e inspiró decenas de historias y versos, como los de Manuel Gutiérrez Nájera quien escribiera en su poema “La Duquesa Job”: “Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club, no hay española, yanqui o francesa, ni más bonita ni más traviesa que la duquesa del duque Job.”

Sus iniciadores fueron el General Pedro Rincón Gallardo y Francisco Somera, quien fue electo como presidente del Club. Poco tiempo después Manuel Romero Rubio, suegro y Secretario de Gobernación de Porfirio Díaz, tomó las riendas del sitio y perduró en ese cargo hasta el año de su muerte, en 1895.

Al Jockey Club de la Ciudad de México se daba cita la élite porfiriana, entre los que destacaban políticos, empresarios e intelectuales. Se dice que dentro de sus muros se gestaron alianzas, se pactaron negocios, se decidieron matrimonios y se discutían temas de relevancia nacional, mientras los socios jugaban a las cartas o apostaban sobre las carreras hípicas.

El patio, que hoy está repleto de mesas y que visto desde las alturas pareciera un escenario donde las meseras hacen una coreografía dancística acompañadas por jarras de café y charolas, algún día estuvo adornado con hortensias, camelias, azaleas, gardenias, rosas, cuyos extremos estaban custodiados por macetones con árboles.

Cuando Sanborns era una fuente de sodas

Así lucía el patio del Jockey Club en 1897, en la actualidad el corredor desde el que se tomó la fotografía está cerrado, al igual que el acceso al arco que se ve en la parte inferior, ya que hoy es la entrada a las cocinas del restaurante Sanborns.

Los vestíbulos maravillaban por su ornamento, ya que algunas partes de los muros contaban con detalles labrados, mismos que contrastaban con el dorado de los marcos de los espejos venecianos o con los colores de los vitrales de las puertas que llevaban de una sala a otra.

Asimismo, el techo de las escaleras era una mezcla de vigas de cedro con elazulejo del exterior, que en esa época era más caro que todo el hierro y la plata con la que estaban hechos los balcones o barandales.

Tomas de los interiores del Jockey Club en 1897 y en la actualidad.

Sólo queda imaginar qué tipo de música acompañaba las charlas y los juegos de mesa, ya que seguramente a diferencia de hoy, los salones no tocaban canciones tradicionales mexicanas entonadas por el violín, el piano o la jarana.

Al ser una sede “no oficial” de los simpatizantes del gobierno de Díaz, cada vez que había una celebración patria o significativa para el General, la fachada del Jockey Club se vestía de gala con telas y adornos tricolor.

Un dato poco conocido de la Casa de los Azulejos es que antes de 1905, el edificio no llegaba a la esquina de 5 de Mayo; un reportaje informaba que “en la nueva construcción se sigue el estilo antiquísimo de la vieja, es decir, los azulejos hasta casi la mitad de la fachada, y luego piedra sin adornos recargados sino con dibujo sencillo, elegante y severo”. La ampliación incluyó en la planta alta una sala para restaurante con cinco ventanas, un comedor para los socios, mientras que en la baja se añadió una sala de lectura.

Fachada del Jockey Club en 1900, adornada para un desfile patrio y cómo luce en la actualidad.

El siglo XX y los hermanos Sanborn

Con la llegada de la Revolución, el sitio dejó de fungir como centro de convivencia de la élite nacional y pasó a ser la Casa del Obrero Mundial, que se alojó en el predio unos cuantos años para después caer en desuso. Ya para 1917, los dueños de la Casa de los Azulejos decidieron rentar el inmueble al estadounidense Walter Sanborn, que junto con su hermano Frank, dejaron sus negocios farmacéuticos en California para probar suerte en México, donde ya tenían un par de droguerías abiertas.

La idea que querían desarrollar los hermanos Sanborn en el también conocido como “Palacio de los Azulejos” incluía, además de la farmacia, una fuente de sodas, restaurante, tienda de obsequios —con marcas exclusivas— y dulcería, una de las primeras sedes de las tiendas Sanborns. Tras un periodo de remodelación, el edificio reabrió sus puertas en 1920.

Indudablemente, la suma de este nuevo concepto y la belleza de la construcción les sirvieron para consolidarse y “acabar” con los competidores de la zona, tal es el caso del restaurante-café “Lady Baltimore” que se encontraba en la otra acera, dentro del Hotel Guardiola. Desde entonces, la Casa de los Azulejos dejó de ser un baúl de los secretos porfirianos y sus mesas se convirtieron en cuna de decenas de narraciones, pláticas e historias de la vibrante vida capitalina.

Fotografía del Archivo Casasola titulada “Meseras de Sanborns atienden a zapatistas”.

En esos años, la Casa de los Azulejos fue considerada como una de las primeras fuente de sodas de la capital del país y uno de los restaurantes y tiendas más elegantes en México. De acuerdo con el sitio web oficial del Grupo Sanborns, después de la década de 1920 Frank Sanborn vendió sus tiendas a una compañía estadounidense que se encargó de administrarlas hasta 1990.

Este concepto de tienda tuvo tal éxito que se empezaron a abrir sucursales. En 1949 se inauguró la que estaba al interior del Hotel del Prado, llamada “Café del Prado” y cinco años después abrió sus puertas la que se encontraba en Reforma y Lafragua. Entre 1958 y 1962 se construyeron tres más, una en la calle de Salamanca, otra en Niza y la emblemática de Insurgentes.

Para los años 70 la compañía realizó un estudio mercadológico y tomó la decisión de comprar la cadena de cafeterías “Denny’s” y convertirlas en Sanborns, de esta forma el número de sucursales subió a 27. En 1978, los dueños de la Casa de los Azulejos vendieron de manera definitiva el inmueble a la cadena de restaurantes.

La llegada de 1985 marcó una nueva etapa para estos restaurantes, ya que Grupo Carso adquirió la mayoría de sus acciones y con ello, vino una restructuración del concepto original, la renovación de las tiendas preexistentes y 14 años después el nacimiento oficial de Grupo Sanborns. En la actualidad, Sanborns tiene sucursales en más de 50 ciudades del país.

Con el paso del tiempo, a las tiendas se les fueron añadiendo nuevos departamentos, como revistas, libros, joyería, tabacos y artesanías. En la actualidad, también existen los dedicados a videojuegos, ropa, bolsas, lentes, películas, discos, bebidas alcohólicas, electrodomésticos —principalmente televisiones y sistemas de sonido— y, por supuesto, teléfonos móviles.

El concepto de tienda que inició en la Casa de los Azulejos logró convertirse en una de las cadenas de restaurantes más populares del país, cuyos característicos tecolotes, la canción que acompaña a su slogan, sus productos y el peculiar uniforme de sus meseras están grabados en el imaginario mexicano.

Dos murales

En sus entrañas, la Casa de los Azulejos cuenta con dos murales de gran importancia: el titulado “Pavorreales” del artista europeo Pacologue que viste al patio principal y otro llamado “Omnisciencia”, realizado en 1925 por José Clemente Orozco, uno de los personajes más importantes en la historia del arte mexicano, de un carácter y una presencia mediática más discreta que la de sus contemporáneos.

En las alturas de las escaleras que conectan a la planta alta con la baja de la Casa de los Azulejos, se observan figuras masculinas y femeninas al desnudo, con una gama cromática muy ocre (beiges, rojos, naranjas y cafés) que parecen estar meditando.

De acuerdo con Laura González Matute, especialista en la obra de dicho pintor, él buscaba reflejar en sus obras su profundo conocimiento de la mitología griega relacionándolo con todas la etapas de la historia nacional que le “tocó” presenciar. González señaló que este “es el único mural en el que escribió sobre la pared el título: Omni-/ciencia (todo el saber). Las manos que dan y reciben fuego, los resplandores al fondo de la mujer central, los ojos cerrados de ambas mujeres, la espada empuñada por dos manos masculinas suman una iconografía irreductible a cualquier interpretación”.

Hace un par de años autoridades del INBA auxiliaron a su restauración y declararon que la empresa dueña de la cadena de restaurantes Sanborns, le ha dado los cuidados y atención que un mural de estas características necesita.

Vista del mural de José Clemente Orozco desde el primer piso de la Casa de los Azulejos.

No es una locura afirmar que no hay personaje o personalidad que no haya pasado por la Casa de los Azulejos. El edificio genera una curiosidad inmensa y al entrar nos transporta a una época donde el bullicio no se hace de los carros o la multitud que está haciendo su vida al exterior, sino por las pláticas, el tintineo de las mesas, el “click” de las cámaras y los acordes dispares de diferentes canciones que si les ponemos atención, nos podrían hacer recordar algún momento de nuestras vidas en el que la hayamos pasado bien.

Patio principal de la Casa de los Azulejos, que la actualidad es parte del restaurante.

Fotografía antigua: Colección Villasana-Torres.

Fuentes: Libro “Picturesque Mexico” de Marie Robinson Wright, 1897. Artículo “José Clemente Orozco, el artista que a través de su obra mostró la condición del hombre en el siglo XX” de la Secretaría de Cultura.

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