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La ropa infantil como signo de identidad

La ropa infantil como signo de identidad

En todas las épocas y comunidades, la ropa expuso modos de crianza, roles de género y formas de considerar socialmente a niños y a niñas.

Sorprende descubrir que antes del siglo XVI los adultos vestían túnicas o togas sin distinción de género, y los menores sólo repetían el atuendo, pero en pequeño tamaño; recién cuando varones de clase alta comenzaron a vestir ropa bifurcada, esta se volvió distintiva.

Adultos diminutos

La Córdoba colonial imponía ropas “apropiadas” para cada segmento. Por sus prendas, era sencillo identificar a patrones, esclavos, sirvientes, clérigos, religiosas, prostitutas, y por el tamaño, a los chicos.

Las clases dominantes intentaban imitar a la sociedad porteña –reflejo de la moda europea–, mientras que trabajadores mestizos y esclavos usaban prendas simples confeccionadas con géneros de pobre calidad o descartadas por los amos. Los zapatos eran una rareza entre las clases bajas; la mayoría trabajaba descalzo.

La higiene personal influía en la cantidad de prendas, ya que era infrecuente disponer de instalaciones hogareñas destinadas al aseo. Por ello, el baño corporal ocurría, en el mejor de los casos, una vez a la semana, y entonces quienes contaban con prendas de repuesto o podían lavar las que tenían cambiaban sus prendas íntimas.

La vestimenta de los chicos seguía siendo la de adultos, en tamaño diminuto.

Cambio de tendencia

La ropa infantil como signo de identidad

El cambio comenzó a producirse a mitad del siglo XIX, con la aparición del traje marinero, lo que ahora podría ser visto como un ridículo atuendo compuesto por pantalón largo para los varones y falda para las niñas, y blusa de mangas largas con cuello amplio de color azul marino rematado por galones blancos y corbata de lazo. Sin embargo, era un avance.

Recién a principios del siglo 20 la creciente industria textil comenzó a diseñar y a confeccionar prendas diferentes de las de los adultos. Se requería más soltura y libertad de movimiento para quienes, en general, abandonaban su condición de trabajadores para convertirse en escolares.

Era común que los varones usaran hasta avanzada edad pantalón corto y medias altas, dejando las rodillas al aire. Las niñas vestían faldas largas y blusas que ocultaban las curvas que podían insinuar el cuerpo.

En la década de 1930, el tejido de punto reemplazó la sofocante ropa de franela, piqué o terciopelo con la que se vestía a los chicos. En este mismo período, se afianza la costumbre de vestir a los niños de azul y a las niñas de rosa.

Rasgos de identidad

Y mediando el siglo 20, se impusieron dos prendas fundamentales: el delantal escolar y el “enterito”, que tuvo gran aceptación por su practicidad en niños pequeños.

De forma gradual, la indumentaria infantil adquiría rasgos de identidad.

La revolución causada por el movimiento contracultural de los años 1960 trajo el jean –originalmente diseñado para hombres mineros de finales de 1800–, y alrededor de la década de 1980 surgieron prendas para las actividades recreativas. La ropa deportiva comenzó a popularizarse en todos los estratos sociales, comenzando su uso en niños y en niñas.

La sociedad actual, si bien fragmentada y desigual, reconoce diseños específicos para niños y niñas. En cualquier grupo social es identificable el uso de prendas comunes, como remeras con imágenes y textos, jeans, zapatillas y abrigos amplios.

Hoy, más allá de modas pasajeras, los chicos disponen de ropa acorde a sus necesidades y gustos. Sólo quedan por resolver algunas miradas adultas que siguen estigmatizando a los chicos por la indumentaria.

* Médico

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