La foto de este artículo no es una gran fotografía. Pero la historia detrás de ella… tampoco. Sin embargo la quiero contar.
En el año 2001 estaba sacando fotos para lo que luego sería la muestra “Desamparos” (muestra que tiene su propia historia), para lo cual debía fotografiar cosas que el hombre ha dejado desamparadas, abandonadas, condenadas al olvido.
Pensando en lugares con esas características me acordé de la vieja estación de trenes de Canning. Tenía en mi cabeza la imagen de cuando fui con la colonia de vacaciones a pasar una tarde. Recordé que caminamos por el andén solitario y llenamos con nuestros juegos el silencio de su interior. Volví después de 20 años, y fue demasiado tarde.
Al llegar veo ropa colgada, signos de que, en época de crisis, todo techo que se mantenga en pie sirve de hogar a alguien que lo necesita. No era lo que buscaba.
Intenté entonces por el otro lado, así fotografiar el andén vacío. Para acceder había una tranquera cerrada que no me iba a detener. Me acercaría lo más que pudiera, lo necesario para registrar la plataforma abandonada.
Pero a medida que avanzaba, percibía unos ladridos acercándose, y, a mitad de camino, cagón como soy, decidí no esperar el comité de bienvenida. Volví corriendo y salté la tranquera con esa energía adicional que el miedo proporciona. Esta vez, la foto sería desde afuera.
Leí que se están haciendo tareas de limpieza y acondicionamiento porque en un futuro se piensa construir un polideportivo municipal en esta estación Canning.
