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Todo lo que ha envejecido mal (y bien) de 'Sexo en Nueva York'

Todo lo que ha envejecido mal (y bien) de 'Sexo en Nueva York'

EntretenimientoHoy que se cumplen 20 años del estreno de la serie de Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte, la miramos con estos ojos.

Por Raquel Piñeiro

20 años después de su estreno, volvemos sobre una de las series más importantes de la historia reciente de la televisión para valorar qué ha envejecido mal y qué se mantiene con salud en Sexo en Nueva York. Si podemos analizarla aparte de como una ficción de su tiempo es porque siempre fue más allá del retrato serializado: fue un estilo de vida, tan imaginario como seductor, que produjo miles de imitaciones en otras series, en blogs, películas y cabezas impresionables de todo el mundo. Cuánto de ella está vigente todavía y cuánto ha caducado nos permite ver cómo ha cambiado el mundo –o no-, la sociedad y la televisión en general. El tiempo pasa, pero Sexo en Nueva York permanece.

Lo que ha envejecido mal1. La entelequia económica

¿Cuántos exligues de las protagonistas perderían su trabajo en 2007, tres años después del final de la serie, con la quiebra de Lehman Brothers? Sexo en Nueva York retrataba unos años de boom económico y falsa prosperidad acelerada que estaban a punto de llegar a su fin. La propia serie se daba cuenta del estilo de vida completamente irreal que llevaba su protagonista cuando Carrie reparaba en que no podía pagarse una casa porque todos sus ahorros, su fondo de pensiones y sus inversiones de riesgo estaban puestos en zapatos. Hoy su ostentación del lujo y el consumismo no sería visto como una oda a la emancipación y el hedonismo, sino como una frivolidad ofensiva. El fracaso de películas como Confesiones de una compradora compulsiva marcó la defunción de este fenotipo que lleva –o quiere llevar-, sin explicación posible, la vida de un millonario en la ciudad más cara del mundo.

2. La vida laboral

Si el anterior punto, la riqueza, se sostiene es porque existe una razón de peso para que el espectador lo crea: una sustanciosa fortuna familiar (como en Empire) o el trabajo (como en Big Little Lies) . En tiempos de paro e inestabilidad económica, el trabajo se vuelve tan importante como encontrar el verdadero amor. Ahí falla Sexo en Nueva York, donde las vidas laborales de las protagonistas solo aparecían relacionadas con historias sentimentales o anécdotas casuales. Veíamos el trabajo en una galería de Charlotte cuando quieren retratar su vulva o cuando se plantea dejarlo; el de relaciones públicas de Samantha como excusa para que conozca a Richard Wright; el de abogada de Miranda para que se plantee si es lesbiana o para dudar con el look casual Friday, y el de Carrie… El de Carrie. ** Ser escritora se ha convertido en un cliché narrativo para definir a mujeres con burbujeante personalidad, libertad de horarios y mucho tiempo libre.** A lo largo de las seis temporadas vimos sí, a Carrie iniciar multitud de columnas con preguntas retóricas, pero también certificamos que no sabía lo que era un prólogo ni enviar un mail. En cuanto a sus tarifas, cuando los guionistas decidieron acometer su crisis financiera en una de las mejores tramas, la resolvieron con una oferta de 4 dólares por palabra por artículo en Vogue, posibilidad que nos hace colapsar.

3. Los estereotipos raciales

Hasta Girls, serie mucho más reciente y en teoría, pegada a la realidad que Sexo en Nueva York, se daba cuenta en una de sus temporadas de la poca representación de la variedad racial de América que estaba tratando. En la serie de Darren Star no es ya que las cuotas de minorías raciales sean casi nulas, es que cuando aparecen lo hacen en forma de cliché que creíamos superado en su época. La en apariencia servil pero cruel doncella asiática de un amante de Samantha, el ligue negro de esta misma que provoca una reacción de celos en su hermana porque ella sea blanca… Hubo que esperar a la sexta temporada para tener un personaje recurrente que no se definía por la raza, Robert, el médico novio de Miranda, y aun así ella conseguía que se quedase a vivir en su edificio jugando con la culpa racial del resto de los inquilinos.

4. Las orientaciones sexuales

Todo lo que ha envejecido mal (y bien) de 'Sexo en Nueva York'

No se trata ya de la casi nula presencia de la transexualidad (representada en las prostitutas callejeras que no dejan dormir a Samantha) o de términos tan millennials como genderfluid, ** es que hasta en la bisexualidad o en la homosexualidad Sexo en Nueva York exhibía un ramalazo conservador y puritano impropio de una serie que se llamaba, bueno, Sexo en Nueva York.** La relación de Samatha con Maria era contemplada con condescendencia y como algo evidentemente pasajero, Carrie casi sufría un colapso cuando tenía que besar a Alanis Morrisette jugando a la botella y terminaba afirmando que la bisexualidad es una etapa de confusión y Stanford, siempre en la sombra, tenía que conformarse con una única relación en seis años de serie.

5. La pacatería ocasional

Para ser una columnista especializada en sexo, Carrie exhibía a veces la moralidad de una ancianita victoriana. A lo largo de la serie la vimos sufrir escandalizada ante la posibilidad de una lluvia dorada, ante los besos negros, ante el sadomasoquismo soft o ante que un hombre sea brillante practicando sexo oral a una mujer. Las referencias a libros clásicos de su tiempo como "Las reglas”, el comentario sobre cuánto hay que esperar para acostarse con un hombre si quieres que vaya en serio o la revirginización de Charlotte son otros temas que no pasarían el baremo crítico de la libertad sexual de hoy, aunque siendo justos, la serie más bien se reía de ellos.

6. Los cuerpos normativos

Las cuatro protagonistas son mujeres de mediana edad atractivas y delgadas como se supone que deben de serlo las mujeres exitosas en lo laboral y lo sentimental. Sin llegar a los manifiestos en forma de desnudos de Lena Dunham, lo peor es que cuando aparecen figuras que se salen de la norma es para hacer de ello una ligera mofa, como con el cuerpo peludo y sudoroso de Harry el segundo marido de Charlotte.

7. Las películas

Definitivamente, si existe algo capaz de arruinar el legado de Sexo en Nueva York son las dos adaptaciones cinematográficas que llegaron en 2008 y 2010, celuloide nacido ya caduco y una colección de chistes racistas, machistas y homófobos de la peor ralea. Fueron éxitos de taquilla mundiales.

Lo que ha envejecido bien1. La representación de la amistad

La auténtica red de seguridad de las protagonistas y de la serie. En la vida real es difícil dar con mujeres en sus 30 y 40 años que puedan verse varias veces por semana para celebrar brunchs, tomar cócteles o asesorarse yendo de compras, pero lo que está de fondo sí hace sentirse identificadas a las espectadoras de todo el mundo más de una década después del final de la serie. Una amistad creíble pese a sus diferencias, armada a base de conversaciones y apoyo en los momentos bajos. Es en su retrato de esos lazos entre las cuatro principales –“almas gemelas”-, mujeres adultas que se quieren, se escuchan y se respetan, donde Sexo en Nueva York sigue marcando sus mayores éxitos y siendo la mayor de las aspiraciones.

2. La antiheroína protagonista

En tiempos de antihéroes casi siempre masculinos (Tony Soprano, el elenco completo de The Wire) nuestra serie se desmarcó con la primera protagonista que era capaz de caer mal y hacer cosas reprobables a ojos de la audiencia. Egoísta, infiel, obsesiva en sus relaciones y con una curiosa animadversión por las ardillas, Carrie Bradshaw se convirtió en un ejemplo y un icono a seguir tanto como uno de los personajes que más antipatías generaban de la televisión. Que a muchos nos siga pareciendo todos esos adjetivos poco halagüeños es en realidad algo positivo, porque demuestra que no hay que tener likeability al uso ni tener una nariz perfecta para ser inmensamente popular.

3. El tratamiento de la infertilidad

Siempre se dijo que Sexo en Nueva York era en realidad una serie sobre cuatro hombres homosexuales y sus peripecias, pero no dejó aparte uno de los temas clave en el debate sobre la identidad femenina: la maternidad. Si bien la trama del pequeño Brady de Miranda no estaba muy cerca de la realidad (Miranda sigue haciendo casi la misma vida que antes de tener a su hijo) , sí lograron un retrato valiente de justo lo contrario: la maternidad deseada que no llega de Charlotte. Las frustraciones y tristezas de esa circunstancia quedaban reflejadas a lo largo de varias temporadas y daban al personaje una profundidad y una coherencia enternecedora.

4. El derecho a decidir

El aborto sigue siendo un tema tabú en la ficción más allá de los culebrones en los que se producen abortos cuando un actor cae o es empujado por unas escaleras. Sexo en Nueva York dedicaba un capítulo al tema cuando Miranda se descubría embarazada contra su voluntad. Y aunque su decisión final sea tener el niño, se hablaba del tema sin moralinas ni arrepentimientos, considerando la posibilidad de hacerse un aborto legal y seguro como un derecho de las mujeres que podía ser no una causa de arrepentimiento y trauma, sino una de las más acertadas decisiones de sus vidas.

5. La moda

Ropa interior a la vista, pieles, zapatos de tacón todas las alturas, corbatas, microshorts, ¡riñoneras!, mezclas de estampados compuestas por un oligofrénico y, por supuesto, el famoso tutú. Las elecciones de estilo de la serie, sobre todo en lo que a Carrie se refiere, fueron tan extravagantes, únicas e inimitables que todavía hoy mantienen esa impalpable esencia que logra que funcionen (o al menos, que resulten memorables) . En cuanto a lo de valorar una serie por su componente de catálogo de prendas para soñar u odiar, puede que los tiempos de Gossip Girl hayan quedado atrás, pero el espectador sigue colgándose por las cosas que llevan los protagonistas de sus ficciones favoritas, ya sea el abrigo de la Khalees i o el armario completo de una secundaria de Master of None .

6. El tabaco

Ya lo decía Lexie antes de caer al vacío desde un piso cuarenta: “¿Qué coño ha pasado aquí? ¡Ya nadie fuma!”. Y el hecho de que en las primeras temporadas sobre todo la gente lo haga con pasmosa naturalidad la reviste al momento como serie de su época e hija de sus circunstancias –HBO–. Que los personajes fumadores hoy por hoy, ya finiquitado Mad Men, haya casi desaparecido (sobre todo en el caso de las comedias) lo vuelve paradójicamente un valor añadido y le otorga autenticidad.

7. El sentido del humor

Los diálogos rápidos y certeros de la serie eran y siguen siendo una de sus señas de identidad, y su capacidad para ser hilarante sin risas enlatadas, brillante en conversaciones afiladas como cuchillos y reflexiva aún sin la voz en off uno de los motivos por el que aunque se haya visto ya un capítulo 200 veces, si se lo encuentra uno en una reposición en algún canal o en HBO, no puede dejar de verse. El ritmo venía marcado por un sentido del humor con muchos juegos de palabras y dobles sentidos que se pierden en el doblaje en español. Otro motivo para revisitarla.

8. La obsesión urbana

Viajar a Nueva York se puso de moda más o menos en los años en los que la serie se hizo famosa en varios idiomas, y su influencia no puede menospreciarse. En el caso concreto de su mapa neoyorkino, la ruta Carrie Bradshaw sigue teniendo considerables adeptos, y su retrato de la diferencia entre vivir en el Meatpacking district o Park Avenue sigue siendo pertinente. Evidentemente manhattiana, su consideración de que mudarse o acudir a Brooklyn es como que te destinen a galeras ha quedado desfasada, pero mantiene su punch al tocar temas que siempre están de actualidad –en Estados Unidos y en el resto del mundo- como el fluctuante mercado inmobiliario y la importancia de la localización de la vivienda.

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