Loading...

Poder vivir sin aire (acondicionado) | lamarea.com Poder vivir sin aire (acondicionado) | lamarea.com

Poder vivir sin aire (acondicionado) | lamarea.com Poder vivir sin aire (acondicionado) | lamarea.com

Este artículo forma parte del dossier de #LaMarea83 sobre el aire acondicionado. Puedes conseguir la revista aquí.

«No, nosotras no tenemos”, dicen casi al unísono Carmen Fernández, Mari Villa y Loli Moriche, sentadas en un banco en la Plaza de España. Rodeada por casas de muros gruesos y techos altos, en esta placita de la Sierra Norte de Sevilla, de este pueblo llamado El Real de la Jara, por donde también pasa el camino de Santiago y luce un castillo del siglo XIV, el único aparato de acondicionado que bombeó durante años fue el que todavía hoy bombea en la sede de la Caja Rural. Ahora mismo está apagado. La oficina está cerrada. Son las seis de la tarde.

El de entonces era un zumbido intruso que sonaba y se escuchaba en mitad del silencio de la siesta de verano, cuando el calor se combatía tirando colchones en el salón de casa. Quien vivía ahí sabía, era plenamente consciente de la presencia de ese aparato, de que al pasar por aquella acera, justo por debajo, vendría una ráfaga de calor absolutamente reconocible por eso mismo, por ser única. ¿Quién escucha hoy el aire acondicionado? ¿Quién percibe el calor que expulsa el aparato entre tanto calor, en estos nuevos veranos de temperaturas extremas? En este pueblo también está empezando a dejar de escucharse.

Cada vez hace más calor. Es una realidad incuestionable, como lo es el hecho de que el calentamiento global de la atmósfera impulsado por las actividades humanas incrementa una subida de temperaturas cada vez más difícil de soportar. Actualmente, más de un tercio de las muertes relacionadas con el calor que se dan en el ámbito global se deben a la crisis climática. Una de cada tres. Se dice pronto, pero es un dato. En España, lo mismo: un 30,3% de los fallecimientos con el calor como factor clave podrían atribuirse al calentamiento global. Las cifras forman parte de un estudio publicado a finales de mayo en la prestigiosa revista Nature Climate Change y liderado por la epidemióloga española Ana María Vicedo-Cabrera.

“¿Tú te acuerdas de cuando metíamos las sandías en la cesta del pozo para enfriarlas?”. “Hombre claro, y las caseras y el vino”. “Y de cuando cosíamos sin luz”. “Y del primer frigorífico, que había que comprar los bloques de hielo, que duraban un día”. “Sí, mi suegro tenía la fábrica de hielo”. “Sí, pero yo de lo que más me acuerdo es de la primera lavadora. No hemos lavado nada nosotras en las paneras, ¿eh?”, continúan reflexionando en esta tarde de mayo de 2021, en la que Carmen teje un bolso de hilo, en la que Loli se agarra a los recuerdos y Mari, que no para de contar anécdotas, repite una y otra vez la frase: “Y éramos felices”.

De aquella época en la que no había luz y comer un plátano solo era posible si alguien se ponía enfermo, hemos llegado a esta otra en la que en pueblos en los que antes había grillos, ya no canten; a que en pueblos en los que había que ponerse una rebequita en las noches al fresco, se escuche y se sienta el cambio climático, tan ausente hace años como el aire acondicionado. Y hemos llegado, en fin, a que estos aparatos ya no sean un objeto extraño. “El verano pasado aquí no había quien durmiera. Fue una barbaridad. Es verdad que nosotras no tenemos aire, pero sabemos que en el futuro tendremos que ponerlo”, concluyen -más convencidas unas que otras- junto a un lince esculpido por uno de los artistas del pueblo, Rafael Díaz, rodeado de un arriate con lavanda. Hoy, en esa misma plaza blanca de este rincón de la Sierra Norte de Sevilla ya bombean más aparatos de aire acondicionado y, como confirma el alcalde de la localidad, José Manuel Trejo, las nuevas construcciones ya vienen, en general, acompañadas de estas instalaciones.

El año 2020 ha sido el más caluroso en todo el mundo desde que hay registros, empatado con 2016. Si miramos a España y Europa, más de lo mismo: el año de la pandemia ha sido el más tórrido de la historia en el país y en el conjunto del continente, como recoge el informe sobre el estado del clima en 2020 en España de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Siete de los diez años más cálidos en España se han registrado en la última década.

Tampoco pintan bien los próximos diez años como consecuencia de la inacción a pesar de los avisos de la comunidad científica: hay un 90% de probabilidades de que entre 2021 y 2025 se registre el año más caluroso jamás registrado, anunciaba recientemente la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Además, hay aproximadamente un 40% de probabilidad de que, por lo menos en uno de los próximos cinco años, la temperatura media anual del planeta supere temporalmente en 1,5 ºC los niveles preindustriales. Esto es un palo significativo: rebasar esa temperatura implica superar umbrales y puntos de no retorno que harían de la Tierra un lugar menos habitable para los seres que la habitamos. El mundo no acabará por mucho que siga subiendo la temperatura, pero las condiciones de vida serán cada vez peor si no se actúa de forma decisiva, seria y realista para frenar las emisiones.

Diversidad climática en España

La última Encuesta de Hogares y Medio Ambiente que lleva a cabo el Instituto Nacional de Estadística (INE) se realizó hace más de una década, en 2008. Entonces, de acuerdo con los datos que se obtuvieron, solo el 35% (prácticamente, uno de cada tres) de los hogares disponían de aire acondicionado. La cifra crecía o menguaba a medida que aumentaba o disminuía el número de moradores. Así, el 43,6% de las viviendas con cuatro o más personas, tenían aire acondicionado, mientras que solo el 22% de los hogares unipersonales contaban con este tipo de electrodomésticos. ¿Ha cambiado algo en estos 13 años? Un estudio publicado por el portal inmobiliario Idealista en 2019, a partir de las ofertas recogidas en su página web, indica que en todo el Estado, el 32,8% de las viviendas en alquiler o venta disponen de aire acondicionado.

“Yo no sé si lo pondré, pero quiero tener la opción por si acaso”, dice Moisés Sánchez mientras dos operarios colocan un aparato de aire acondicionado en su piso, en el barrio sevillano de El Tardón, en Triana. Su marido y él compraron la vivienda hace poco más de un año, y lo primero que hicieron, por encima de cualquier otra reforma, fue cambiar las ventanas. “Lo teníamos clarísimo. Son carísimas, pero ya habíamos sufrido la humedad, de la que nos habíamos olvidado cuando vivíamos en Madrid, y la energía que se pierde”, dice. “Es lo mismo que pasaba –prosigue– con los aparatos antiguos de aire acondicionado que tenía esta casa. Estaban empotrados en la pared pero se salía el aire. Tenían un consumo bestial y no eran eficientes. Yo estoy bastante concienciado y me preocupo”.

Es 1 de junio, el primer día que echa a andar la nueva factura de la luz. En Sevilla hace una temperatura agradable, más bien fresca para estar a un paso del verano. La mujer que vende cupones junto a una frutería en la avenida, en López de Gomara, dice que hoy tiene frío, que allí parada hace rasca. Y prácticamente ninguno de los aparatos de los edificios de la zona, la mayoría de cuatro plantas sin ascensor, están encendidos: ni arrojan agua ni hacen ruido. Un poco más adelante, un hombre coloca un toldo en la terraza de un primero. Ninguna de las mujeres que caminan con sus carros de la compra por el barrio donde, como indican los azulejos, nacieron Isabel Pantoja o Los Morancos, llevan aún abanicos. Dan ganas de abrir y cerrar los ojos para comprobar que todo aquello es verdad, cuando todo el mundo sabe que lo que ocurre en este día atípico de junio es el oasis del verano.

Teniendo en cuenta que la diversidad climática en España es bastante acusada como consecuencia de su situación geográfica y su orografía, hay un dato que suele pasar desapercibido cuando se habla de pobreza energética: cómo hacer frente al calor excesivo en verano. De hecho, el Observatorio Europeo para la Pobreza Energética (EPOV) no ha incluido indicadores secundarios relacionados con las necesidades de refrigeración, únicamente el del número de hogares equipados con aire acondicionado. Según la Estrategia nacional contra la pobreza energética, que abarca desde 2019 a 2024, el 26% de los hogares españoles declararon su incapacidad para mantener el hogar a una temperatura adecuada en verano en los años 2007 y 2012, con mínimas diferencias entre ambos ejercicios. Este porcentaje, en torno al 26%, es superior al del porcentaje de hogares que declaran no poder mantener una temperatura adecuada durante el invierno (8% en 2017).

“Cuando se habla de pobreza energética se piensa en el frío, pero el calor puede ser terrorífico”, dice Marc Escarrabill, un joven de 31 años de Vic, Barcelona. Vive en una casa antigua, con ventanas que no cierran y dejan pasar el frío de la plana, y unas paredes y techos robustos, que concentran el calor. El resultado es que en invierno su casa no pasa de los 17 grados y en verano no baja de los 30. Y llega incluso, en algunas ocasiones, a los 35. “Se me queman las plantas”, afirma el joven, que tiene que bajar las persianas antes de irse a dormir y no las vuelve a subir hasta bien entrada la tarde.

Su casa es literalmente un “horno”. Asegura que él no puede permitirse un aparato de aire. Cobra 664 euros al mes gracias a la Renta Garantizada de Ciudadanía de la Generalitat, una prestación que –sostiene– solo complementa con 33 euros de un trabajo de cuatro horas al mes, el único que puede soportar debido al dolor crónico y la fibromialgia que padece, que hacen que las temperaturas extremas sean muy dolorosas para él. “No puedo permitirme un aire acondicionado, ni por comprar el aparato ni por el gasto en la factura”, explica. Marc es una de esas personas que están detrás de las cifras de pobreza energética desde que se quedó en paro, hará algo más de dos años. “Tenía que escoger entre tener casa y llenar la nevera, o pagar las facturas”, recuerda. Hoy acumula una deuda de más de 4.000 euros con Naturgy.

Vic se encuentra a 83 kilómetros de Barcelona. A 83 kilómetros del mar, que hace que la humedad sea insoportable en algunas viviendas como la de Ainoa García. Con 23 años entró al único piso que podía permitirse: un cuartucho construido en un terrado, sin célula de habitabilidad, por el cual le cobraban casi 700 euros. “Debido a la precariedad laboral y la falta de políticas de vivienda digna, me vi abocada a una infravivienda en una zona muy calurosa”, recuerda la joven. El frío era duro, pero lo peor era la humedad.

“Tengo ropa que, después de cinco años de salir de ese piso, todavía no me puedo poner por el olor a moho”, explica. Su casa estaba plagada de deshumidificadores que generaban entre 20 y 30 litros de agua por día. “Me despertaba de madrugada a vaciarlos”, recuerda Ainoa, quien añade que por las noches tenía que pasar el secador de pelo por su cama, que estaba empapada. La solución hubiera sido un aire acondicionado que no tenían y que el casero se negaba a instalar, a pesar de que la humedad generaba desperfectos graves, como grietas y moho en las paredes.

La mayor severidad climática en verano también marca diferencias con Europa: España presenta unas necesidades globales de energía per cápita para usos térmicos de calefacción por hogar en viviendas y servicios netamente inferiores a la UE. Sin embargo, destaca la singularidad de los usos térmicos para refrigeración. En términos generales, según la estrategia estatal, la incidencia es reducida en las comunidades del norte peninsular, con clima atlántico: País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia, matizado por las provincias interiores (Álava y Ourense). Y alcanza sus mayores índices en la mitad sur de la Península y a los hogares con rentas más reducidas, con el caso extremo de Ceuta, donde la imposibilidad de una inadecuada climatización en verano alcanza al 60% de la población.

Aparte de las medidas prestacionales –mecanismos claves para la protección a corto plazo de los consumidores vulnerables–, la estrategia gubernamental prevé medidas estructurales y de eficiencia energética, que se centran en lograr una mejora del equipamiento y las condiciones de los edificios y hogares de los consumidores vulnerables. “Son un elemento fundamental para abordar la pobreza energética porque buscan realizar un cambio permanente en los hogares que reduzca su dependencia de otras medidas prestacionales”, argumenta el documento. Según la citada encuesta del INE, el 95% de las personas consultadas reconocía apagar el aire acondicionado por la noche, una recomendación que suele hacerse por motivos de salud pero también económicos. El cambio en la factura de la luz ha vuelto a poner sobre la mesa el debate.

Dos vías de acción

Actualmente, la mayoría de los esfuerzos están puestos en mitigar el cambio climático, es decir, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La otra, sin embargo, es igual de importante: adaptarse a unos efectos de la crisis climática ya más que visibles. En el hogar, en el trabajo, en el súper. El aire acondicionado es la medida estrella para combatir el calor, aunque no deja de ser una medida cortoplacista, individualista y que deja en evidencia enormes desigualdades sociales. Además, acorde a un estudio reciente publicado el año pasado, si bien “el aire acondicionado representa una estrategia efectiva de adaptación al calor”, existen “otros factores que han jugado un papel igual o más importante en el aumento de la resiliencia de las poblaciones”.

Los resultados del estudio muestran una asociación independiente entre el aumento de la prevalencia del aire acondicionado y la disminución del riesgo de mortalidad por calor. El exceso de muertes por calor disminuyó durante los periodos de estudio del 1,40% al 0,80% en Canadá, del 3,57% al 1,10% en Japón, del 3,54% al 2,78% en España y del 1,70% al 0,53% en EEUU. Sin embargo, el aumento del aire acondicionado solo explica una parte de la atenuación observada, correspondiente al 16,7% en Canadá, el 20,0% en Japón, el 14,3% en España y el 16,7% en EEUU.

“La adaptación no se puede basar solo en el aire acondicionado”, explica Ana María Vicedo-Cabrera, coautora de esta investigación. En España, cuenta, “el porcentaje de aire acondicionado es muy alto, y aun así hay muchísima mortalidad por calor. Ahí lo que nos está diciendo es que eso no es suficiente”.

Poder vivir sin aire (acondicionado) | lamarea.com Poder vivir sin aire (acondicionado) | lamarea.com

Más allá de los motivos económicos, el joven de Vic se niega a tener aire acondicionado por cuestiones “morales y éticas”: “No se trata de tener los aparatos permanentemente encendidos. Se trata de tener viviendas debidamente acondicionadas y cambiar los modelos de consumo”. Ainoa opina lo mismo y considera que los aparatos climatizadores son un pez que se muerde la cola: “A temperaturas más extremas, más los usamos, lo que genera más consumo y agrava el cambio climático”, reflexiona. “¡Apuesta por el abanico!”, aconseja.

Andrea Blasco y Manuel Vera han seguido la recomendación de Ainoa por necesidad. Este matrimonio de casi 60 años vive muy cerca del mar. Si la brisa es propicia, su casa huele a salitre, lo cual les agrada, pero se llena todo de una humedad que hace los veranos “casi insoportables”, apunta Andrea. Ambos regentan una pequeña empresa de mensajería, que se vio muy afectada por la crisis de 2008. Meses sin cobrar, en los que se pugnaba por poner comida en la mesa, derivaron en una solución radical. Pincharon el contador de la luz y, como consecuencia, pagaban siempre una cantidad fija de 20 euros. “Nunca dejamos de pagar, pero no había otra opción”, recuerdan. Desde el momento en que culminaron el trapicheo, no repararon en gastos, literalmente. “Coincidió con mi menopausia, que empezó muy pronto, por lo que el aire estaba encendido a todas horas”, cuenta Andrea, mientras su marido asiente y añade: “Me tenía que tapar con una manta en pleno agosto”.

Además de ayudar con la temperatura, este aparato resolvió el problema de la humedad. Pasados algunos años y haciéndose la crisis climática más evidente, este matrimonio ha tomado conciencia del impacto ambiental del uso desmedido del aire acondicionado. Ahora lo ponen menos debido a esta conciencia adquirida, pero también –sobre todo– porque desde que se impusieron los contadores digitales, ya no pueden hacer trampas. Ahora la factura les aterra, aún más con el cambio de tarifas. “¡A la clase trabajadora que nos zurzan! Luego nos dicen que usamos mal la electricidad, pero es que no tenemos margen”, se lamenta Andrea de la misma manera que Moisés, de Sevilla.

Su marido, Pedro, que llega justo cuando los operarios están instalando el aire acondicionado, sube unas regletas a los trabajadores, muy agradecidos por no tener que bajar de nuevo. “Y esto es lo que yo me he preparado”, añade Moisés señalando al frigorífico. Sobre la puerta del electrodoméstico, tiene colgado un cartel con las distintas franjas horarias distribuidas por colores: punta, llana y valle. “Es que esta nueva factura te obliga a cambiar tus rutinas. Yo teletrabajo y, durante la mañana, antes de comenzar, hago la comida, pongo lavadoras, voy al gimnasio… ¿Qué hago ahora? ¿No pongo la lavadora, no me ducho, no pongo el aire acondicionado?”, se pregunta. Asegura que contrató la luz con una de las compañías “más limpias” pero tuvo que dejarla porque era también la más cara. Su reflexión desemboca en la necesidad de una reforma energética. “Es necesario cambiar el modelo de gestión de estos servicios públicos, no solo de la energía, también del agua y la vivienda. La raíz del problema es su mercantilización”, denuncia María Campuzano desde la Alianza contra la pobreza energética.

Los operarios confirman que en los últimos cinco años la demanda de aire acondicionado se ha incrementado “como nunca”. Hoy, a la una de la tarde, es el segundo que ponen. “Y en un cuarto sin ascensor”, remarcan con su mascarilla perfectamente ajustada. Al día, dicen, colocan tres o cuatro aparatos, dependiendo de la complejidad de la instalación. La mayoría son splits, pero también son frecuentes los aires centralizados.

Además, la demanda ha aumentado “muchísimo” en invierno. “Estos llevan bombas de calor. Y, por otro lado, la gente se adelanta bastante porque si esperan al verano hay mucha lista de espera”, aclara uno de ellos mientras agujerea la pared. Moisés ha esperado en torno a un mes. “Y yo puedo cambiar las ventanas, y poner aire, pero es que hay gente que no puede”, concluye. En su caso, ha comprado el más eficiente y lo ha hecho, como con las ventanas, con una empresa del barrio. En El Tardón, además, son frecuentes los cortes de luz. El pasado invierno, el incremento de consumo de energía por las bajas temperaturas volvió a evidenciar las deficiencias de determinadas instalaciones en la ciudad, en este caso de Endesa, que se comprometió a mejorarlas tras las protestas del vecindario.

La Alianza contra la Pobreza Energética, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, la Xarxa per la Sobiranía Energètica y la A.VV La Traiña (Almería), junto a otras organizaciones vecinales y ciudadanía, exigen auditorías independientes sobre la obsoleta red de distribución y cambios estructurales en la red que garanticen que nadie se vea privado de suministro eléctrico. “Es el momento de que las administraciones central y autonómicas tramiten las sanciones pertinentes y es hora de que se incluya la interlocución de vecinas y vecinos en las mesas de trabajo existentes”, reivindican en un comunicado.

A través de la nueva estructura tarifaria –explicaba el Gobierno– se pretende “incentivar el traslado del consumo eléctrico desde las horas de máxima demanda eléctrica (horas punta) a otras en las que las redes de transporte y distribución se encuentran menos saturadas (horas valle), lo que reducirá la necesidad de llevar a cabo nuevas inversiones en dichas infraestructuras”. Para asociaciones de consumidores como Facua, esta medida es absolutamente injusta: “Pedir que se desplace el consumo eléctrico a la madrugada es denigrante para los consumidores más vulnerables”. Posteriormente, y ante los nuevos récords previstos en junio, el Gobierno decidió aprobar la reducción del IVA de la factura.

El aire acondicionado, por otra parte, no solo entra en acción cuando las temperaturas son muy elevadas, sino que también es responsable de que haga cada vez más calor. Es lo que se conoce como ciclo de retroalimentación positiva: este y otro tipo de climatizadores contribuyen significativamente al cambio climático debido a las emisiones de gases de efecto invernadero que liberan las plantas de carbón y gas natural en el momento de generar electricidad para el funcionamiento de estos dispositivos. A su vez, la demanda aumentará a medida que las temperaturas suben por el calentamiento global.

Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía publicado en 2018, hay en torno a 1.600 millones de unidades de aires acondicionados, lejos de los 400 millones que había en los 90. Esta cantidad se disparará, advierten, hasta los 5.600 millones para mediados de siglo, lo que implicaría usar “la misma cantidad de electricidad que necesita China actualmente para todas sus actividades”. Asimismo, las emisiones de gases de efecto invernadero casi se duplicarían: de 1.250 millones de toneladas en 2016 a 2.280 millones de toneladas en 2050.

En la actualidad, alrededor del 10% de todo el consumo mundial de electricidad proviene de estos dispositivos, y se espera que sea la segunda fuente más grande de crecimiento de la demanda de electricidad mundial después del sector industrial. Esto choca con el hecho de que menos de un tercio de los hogares del mundo tienen aire acondicionado. Mientras en países como Estados Unidos y Japón más del 90% de los hogares tiene uno, “en los países con las temperaturas más elevadas del mundo, en África, Asia, América Latina y el Medio Oriente, donde habitan unos 2.800 millones de personas, solo alrededor del 8% de la población posee aire acondicionado”, apunta Fatih Birol, director ejecutivo de la AIE.

“Estar en confort térmico en tu vivienda no es un lujo, sino que debería ser un derecho. La ausencia de ese confort genera enfermedades”, insiste Carmen Sánchez-Guevara, profesora ayudante doctora en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid. Además, insiste en que “la pobreza energética en casos de altas temperaturas no se está abordando de manera específica”.

Un barrio más amable

Para pasar menos calor hace falta luchar por un barrio más amable. Esta es la teoría que defiende esta investigadora a través de su trabajo, centrado en la pobreza energética desde una perspectiva del derecho a la habitabilidad y al confort térmico en las viviendas. “Lo que estamos planteando es que la rehabilitación se tiene que llevar a cabo de una manera global y en conjunto con el barrio”, defiende Sánchez-Guevara, quien forma parte del Grupo Arquitectura Bioclimática en un Entorno Sostenible.

Entre las muchas estrategias que se pueden plantear, la investigadora propone una, a priori, sencilla: la ventilación nocturna: “Al abrir las ventanas por la noche y que entre aire más fresco que el que está en el interior hace que se renueve el aire del interior y baje la temperatura, además de robarle calor a las paredes de nuestra vivienda”, explica. Esto, sin embargo, tiene un factor en contra, y es que el aire de fuera ya de por sí es caliente. “En los centros urbanos, como tenemos este efecto de isla de calor tan fuerte, las viviendas han perdido esa capacidad de refrigerarse por la noche”.

Por eso, el primer paso es bajar el clima urbano: reducir el ruido, trabajar con la isla de calor en las ciudad, incorporar superficies verdes, parques, arbolado… “Eso ayudará a reducir las temperaturas que tenemos en el entorno de los edificios, y ayudará a que los edificios puedan refrigerarse por la noche”, concluye.

¿Y qué podemos hacer desde la sociedad civil? La ambientóloga Mar Satorras, miembro del grupo de investigación Urban Transformation and Global Change Laboratory (TURBA Lab), de la Universitat Oberta de Catalunya, explica que uno de los análisis que han realizado ha sido precisamente recopilar las iniciativas de la ciudadanía para hacer frente a olas de calor y otros riesgos climáticos en dos capitales: Barcelona y Sevilla. “Es interesante, porque iniciativas que no parecen ser de clima, como la Fundació Arrels en Barcelona, al final tienen una actividad clave para dar respuestas a la población más vulnerable (en este caso las personas sin techo) en caso de ola de calor. También hemos documentado iniciativas originales como la plataforma Escuelas de calor, salidas de una sociedad movilizada en torno a las comunidades educativas para hacer frente al calor de Sevilla, pero que han tenido un impacto a nivel andaluz en el proceso de tramitación de la Ley de Bioclimatización de centros escolares y que pueden ser replicables en otras geografías que tienen otro clima, pero que el calor también es o puede ser un problema en el futuro”, reflexiona.

En las redes sociales, el pasado 8 de junio, la plataforma Escuelas de calor calificaban como un hito histórico aquella batalla particular de la escuela pública: “Hoy hace 4 años de este hito en el @ParlamentoAnd A las 17h, bajo un sol de justicia, aquel #AulasSiSaunasNo empezaba a hacer historia. Poco sospechaban sus señorías que lo íbamos a gritar y conseguir dentro del mismísimo salón de plenos. Soberanía popular en directo, sin representantes”.

Sobre cómo deben enfocarse los nuevos modelos urbanos, Satorras se detiene en cuatro cuestiones. Primero, repite, la rehabilitación de las viviendas. Segundo, apostar por modelos sostenibles a través de soluciones basadas en la naturaleza o lo que también llamamos infraestructura “verde y azul” (las cubiertas y muros verdes, naturalizar calles y parques, generar zonas de sombra con el verde… promueven cambios en el microclima; mientras que garantizar fuentes y puntos de agua permite refrescarse a personas y otros seres vivos). Tercero, cambiar de hábitos y empoderar a la propia ciudadanía a través de la educación, la sensibilización y la capacitación (importancia de las persianas, de refrescarse, de las sombras…). Y cuarto, priorizar y hacer intervenciones específicas hacia colectivos y zonas más vulnerables (personas mayores socio-económicamente marginalizadas, pobreza energética feminizada, migrantes, personas sin techo, etc…).

La transición

¿Entonces, hay que dejar de usar el aire acondicionado? Tal vez en un futuro utópico, sí. Sin embargo, el mundo actual no se entiende sin ellos, al menos durante la transición hacia una forma de adaptarnos que dependa menos de estos aparatos. En la nueva ley de cambio climático, de hecho, no existen referencias específicas a la pobreza energética ni al aire acondicionado.

Lo que menciona, en el artículo 8, es lo siguiente: “El Gobierno fomentará la renovación y rehabilitación de los edificios existentes, tanto públicos como privados, para alcanzar los efectos señalados en este artículo y, en especial, la alta eficiencia energética y descarbonización a 2050. A los efectos señalados en el párrafo anterior, en un plazo inferior a seis meses desde la entrada en vigor de la presente ley, el Gobierno elaborará un Plan de Rehabilitación de Viviendas y Renovación urbana con el objetivo de mejorar el parque edificado, independientemente de su titularidad, a efectos de cumplimentar los indicadores de eficiencia energética establecidos en el PNIEC y garantizar la integración de dichas actuaciones con el resto de los objetivos de mejora establecidos en la Agenda Urbana Española. Este Plan deberá seguir los criterios y objetivos recogidos en la estrategia a largo plazo para la rehabilitación energética en el sector de la edificación en España (ERESEE)”.

Uno de los últimos informes del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente apuntaba en esa dirección: de mejorar la eficiencia energética de la industria de la refrigeración y los electrodomésticos como aires acondicionados, se pueden eliminar entre 210.000 y 460.000 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono en las próximas cuatro décadas.

Esa eficiencia es la que persigue gente como Sorin Grama, ingeniero eléctrico y cofundador y director general de Transaera, empresa que ha desarrollado una solución de refrigeración híbrida diseñada para hacer funcionar un aire acondicionado de alta eficiencia usando una energía mucho menor que las actuales del mercado. Su objetivo es “ampliar la tecnología para que llegue a cientos de millones de hogares en 2050 y, de paso, evitar más de tres gigatoneladas de emisiones de CO2”. Transaera, además, fue una de las cuatro finalistas –única startup– del Global Cooling Prize 2020, un concurso mundial que pretende dar con un aire acondicionado más eficiente.

“No creo que podamos pedirle a la gente que viva sin aire acondicionado, pero sí podemos hacer que los aparatos sean mucho más eficientes de lo que son actualmente”, explica Grama. Es consciente de que “en muchas partes del mundo, la refrigeración sigue siendo un lujo, pero se está convirtiendo en una necesidad”.

Actualmente, confiesa, muchas tecnologías “son todavía experimentos científicos”. “Tardarán años en desarrollarse y muchas nunca se adoptarán porque no encajan en las infraestructuras existentes”. Por eso, confía en combinar tecnologías ya “existentes” que pueden reducir drásticamente el consumo de AC a la vez que se avanza hacia la descarbonización de las redes eléctricas.

Al igual que ocurre con los aviones, el aire acondicionado representa uno de los problemas tecnológicos más difíciles de solucionar. En ambos casos, además, su uso no para de aumentar, y ante la perspectiva de no atajar el problema de raíz, se aferran al tecnoptimismo: no cambiar nada –o hacerlo muy poco– hasta que llegue la tecnología que permita seguir haciendo uso de ello sin dañar el clima. Mientras, el planeta se calienta más, y más.

Artículos relacionados