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La evolución de los baños: Lecciones históricas para aspirar a un futuro con espacios seguros e inclusivos

La evolución de los baños: Lecciones históricas para aspirar a un futuro con espacios seguros e inclusivos
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Avanzar significa también mirar hacia atrás. Cumplir la misión de crear baños seguros e inclusivos que satisfagan las necesidades de un rango diverso de personas de diferentes edades, géneros, religiones y capacidades requiere de una perspectiva amplia. Para poder entender cómo llegamos al “punto muerto” en el que nos encontramos hoy respecto al debate sobre el diseño de estos espacios, debemos considerar que los baños fueron y son proyectados dentro de un contexto social e histórico particular.La evolución de los baños: Lecciones históricas para aspirar a un futuro con espacios seguros e inclusivos La evolución de los baños: Lecciones históricas para aspirar a un futuro con espacios seguros e inclusivos

Este artículo, escrito por Joel Sanders en el marco de las investigaciones de Stalled! para crear baños públicos seguros, sostenibles e inclusivos, es una traducción de su ensayo original publicado en -Stalled! Online- el cual puedes leer en inglés en el siguiente enlace.La historia es una herramienta crucial, un testimonio constante de las prácticas evolucionan y de que el futuro puede ser diferente al presente. La creación de espacios públicos que fomenten la diversidad y la inclusión depende de que primero se identifiquen y luego se superen las fuerzas históricas e ideológicas profundamente arraigadas que han dado forma a los espacios que habitamos diariamente. Debemos comprender que la arquitectura es una disciplina inherentemente prescriptiva y prospectiva: creamos planos de espacios que habitaremos en el futuro. Si queremos imaginarnos un porvenir alternativo, la historia es un punto de partida crucial.

Hay una vasta literatura dedicada a la historia de los baños que nos permite comprender la evolución que estos espacios han sufrido a lo largo del tiempo -principalmente desde una perspectiva angloamericana-. Una amplia gama de autores de diversos campos como son la historia de la arquitectura o el psicoanálisis han explorado este rico territorio desde una variedad de perspectivas: teóricas, sociales, económicas y tecnológicas –accede a la bibliografía recomendada por Salled! a través del siguiente enlace-. Este texto no busca ser un relato descriptivo y desapasionado o un mero compendio de información, sino que más bien busca problematizar las ideas que actualmente tenemos sobre los baños, sintetizando algunos aspectos históricos destacados para desestabilizar las maneras de comprender este espacio cotidiano -el baño segregado por sexos- cuyo diseño suele “darse por sentado”, considerándose universal e inevitable. Mi objetivo es disipar la suposición predominante de que el diseño de los baños está moldeado por la función, tal como lo dictan los parámetros biológicos y tecnológicos. Espero demostrar que la historia del diseño es culturalmente relativa, una narrativa compleja que toma en consideración una serie interconectada de fuerzas políticas, económicas y tecnológicas que son impulsadas por las cambiantes concepciones culturales sobre la naturaleza de la salud y la higiene, la privacidad y el decoro, los ricos y los pobres, el sexo, la raza y el género.

La estructura de este resumen refleja una clara bifurcación en la historia de la arquitectura de los baños: hasta el siglo XIX, el lavado y la eliminación de desechos estaban separados espacialmente hasta el advenimiento de los sistemas de suministro de agua que hicieron posible las alcantarillas subterráneas a finales del siglo XIX. Por lo tanto, esta narración se divide en tres secciones. Las dos primeras se presentan como cronologías paralelas de los espacios que albergaban, por un lado, las actividades de limpieza corporal y por el otro, la eliminación de desechos. La tercera sección, dedicada al diseño de los baños de los siglos XIX y XX, discute cómo estas dos prácticas de baño se consolidaron por primera vez en una sola habitación. Esta unión definición la configuración que actualmente conocemos. -Nótese que esta cronología de las prácticas de baño está centrada en Occidente y no tiene en cuenta la acomodación espacial de las prácticas de baño no occidentales. -

Parte 1: Limpieza

La antigüedad y la Edad Media

A lo largo de la historia de la humanidad el lavado y la limpieza corporal, una práctica que hoy en día asociamos directamente con la higiene, ha comenzado a “pasar de moda”.Los historiadores describen cómo desde el Imperio Romano hasta la Edad Media, hombres y mujeres se lavaban en baños comunales. Abiertos desde la hora del almuerzo hasta el atardecer, los baños romanos, como las Termas de Caracalla y Diocleciano en Roma, fueron hazañas de la ingeniería arquitectónica famosas por sus amplias bóvedas de cañón y sus monumentales cúpulas revestidas de suntuosos mármoles y mosaicos y alimentadas por el agua suministrada por acueductos. Construidas y dirigidas por el Estado, eran un destino diario común para todas las clases de hombres y mujeres romanos donde bañarse y socializar. Estos edificios multiusos no sólo incorporaban una variedad de piscinas frías, tibias y calientes, sino también servicios como tiendas, gimnasios y bibliotecas. Algunos podían acomodar a más de 8.000 personas a la vez.

Los baños eran mixtos: Si bien algunos baños termales públicos de la república tenían instalaciones separadas para hombres y mujeres, otros establecimientos muy respetables acomodaban baños mixtos nudistas -una práctica común en Marcial, Juvenal, Plinio y Quintiliano-. Mientras los académicos defendían la prevalencia de los baños compartidos, algunos emperadores, como Adriano, se oponían, lo que indica que esta práctica era generalizada, una cuestión de elección personal que variaba entre las personas, la región y el establecimiento.

Durante la Edad Media, la Iglesia reconoció la limpieza y la higiene como virtudes cristianas. Los reyes, caballeros y la aristocracia disfrutaban en sus casas de rituales de lavado con aguas perfumadas en bañeras de madera cubiertas con telas de lino para evitar las astillas. Los plebeyos, en cambio, utilizaban los recintos públicos y mixtos de baño, donde hombres y mujeres se higienizaban en bañeras comunales, a menudo perfumadas con hierbas y especias y cubiertas con telas para retener el vapor. En algunos lugares, los clientes incluso cenaban, apoyando los alimentos en tablas puestas transversalmente sobre las bañeras.

El Renacimiento y la Ilustración

Pero durante casi 200 años, desde 1500-1750, durante el Renacimiento y la Reforma Protestante, hubo una suspensión parcial de estas actividades comunes de limpieza corporal. El declive fue producto de dos factores: cuestiones morales y las concepciones pre-científicas sobre el contagio de enfermedades. Los baños termales se ganaron una mala reputación y fueron cerrados. La gente creía que enfermedades como la sífilis se propagaban por el agua contaminada y a través del aire maloliente que emanaban los lugares con malas condiciones sanitarias, los espacios hacinados y la ropa sucia. Según la sabiduría popular del momento, el lavado aceleraba los procesos de contagio, permitiendo que las enfermedades contenidas en el agua y el aire penetraran en los poros y orificios humanos. Como consecuencia, los baños públicos se cerraron y el lavado comenzó a practicarse en privado. Para no sumergir sus cuerpos en agua peligrosa, el lavado personal frecuente fue reemplazado por la ropa lavada, entonces la apariencia se volvió más importante que la higiene. Los manuales médicos incluso aconsejaban a la gente lavar sólo las partes del cuerpo que eran visibles para el público -cara, cuello y manos- y enmascarar los olores corporales ofensivos con perfume. Los cuellos y puños de lino blanco sin manchas eran un signo visible de riqueza y estatus social.

El Siglo XIX

A mediados del siglo XIX, los valores de la era victoriana y los avances en la ciencia médica llevaron a una reivindicación de la limpieza corporal en Gran Bretaña y Norteamérica. Allí la clase media desarrolló una ideología de la limpieza que equiparaba la higiene personal con la pureza, la moralidad y la respetabilidad cristianas. Dos médicos influyentes, el Dr. James Currie y Sir John Floyer, sostenían que el baño frecuente era terapéutico. Sus propiedades curativas llevaron a la apertura de baños árabes (hammam), una moda inspirada en el orientalismo con elementos de diseño "exóticos".

Al mismo tiempo, la ciencia médica descubrió que enfermedades como el cólera se propagaban a través del agua contaminada: esto motivó a los municipios a invertir en la construcción de sistemas de saneamiento urbano e interesarse en la salud pública. Al mismo tiempo, una nueva industria diseñó los primeros accesorios de baño para las clases medias. Con la confluencia de estas fuerzas culturales, tecnológicas y económicas, la reputación del baño cambió: se redimió como una práctica saludable, ahora llevada a cabo en casas privadas por las clases altas y medias.

La evolución de los baños: Lecciones históricas para aspirar a un futuro con espacios seguros e inclusivos

Antes de la llegada del agua de baño con cañerías en la década de 1860, los ricos dependían de los sirvientes para llevar pesados cubos de agua caliente desde los sótanos hasta los dormitorios para llenar y vaciar jarras, cuencos y orinales de porcelana. Pero a finales de siglo, los baños privados con agua caliente se hicieron cada vez más comunes en los hogares de clase media americana y británica. El olor corporal, un signo de división de clases, podía ser superado; todos tenían derecho a oler como un aristócrata bien cuidado.

Parte 2: Eliminación

En su libro "History of Shit", Dominque Laport describe cómo desde la antigüedad hasta la Edad Media, los excrementos humanos eran considerados sucios y de mal olor pero no provocaban los intensos sentimientos de vergüenza y asco que provocan hoy en día. Aunque el acceso a la gestión de residuos era una función de privilegio de clase, sin importar la posición social de cada uno, entrar en contacto con la orina y las heces era una parte inevitable de la vida cotidiana.

La Antigüedad y la Edad Media

Los sistemas de alcantarillado como la Cloaca Máxima en Roma eran maravillas de la ingeniería que arrojaban los residuos de las casas privadas de los ricos y las letrinas de la planta baja de algunos edificios de apartamentos a través de un canal central hacia el sistema principal de alcantarillado y hacia un río o arroyo cercano. Sin embargo, la mayoría de la gente usualmente arrojaba estos residuos a la calle -y los peatones debían esquivarlos-. La Ley Dejecti Effusive pagó daños a las personas heridas durante los incidentes cotidianos.

Los romanos de todas las edades defecaban en letrinas comunales que muchos arqueólogos creen que eran mixtas. Situadas en los centros urbanos, las letrinas eran instalaciones arquitectónicamente distintivas, a menudo diseñadas junto a jardines que albergaban de cuatro a cincuenta personas, haciendo de la defecación una actividad social. Las letrinas eran grandes habitaciones rectangulares, cubiertas pero abiertas en el centro para la ventilación y revestidas en su perímetro con bancos continuos de madera o piedra con aberturas en forma de cerradura. El agua fluía en canales bajo los asientos, transportando los residuos al sistema de alcantarillado municipal. Después de eliminarlos, los romanos se limpiaban a sí mismos usando una esponja de mar compartida embebida en vinagre. Algunas letrinas estaban elaboradamente decoradas con revestimientos de mármol, mosaicos y frescos.

Durante la Edad Media, el diseño de los baños siguió estando basado en la clase social. Los castillos estaban equipados con espacios especiales que poseían agujeros en el suelo. Eran similares a armarios insertados en el grosor de las paredes exteriores, que arrojaban residuos humanos en los pozos que se encontraban en las plantas bajas.

Aunque carecían de la sofisticada infraestructura de saneamiento urbano que caracterizó a la época romana, la historiadora Carole Rawcliffe describe cómo las ciudades medievales se comprometieron a financiar y mantener los retretes públicos, denominados "pissyngholes" y “privies”. Muchas eran grandes instalaciones donde personas de ambos sexos defecaban a través de agujeros insertados en puentes que depositaban residuos humanos en los ríos de abajo. La Longhouse de Whittington, ubicada en Greenwich Street, Londres, tenía capacidad para 84 personas. Sin embargo, en su mayor parte, los desechos humanos se arrojaban directamente a las sucias calles de la ciudad, una práctica que continuaría hasta la introducción de los sistemas de alcantarillado en el siglo XIX.

Ilustración

Las actitudes sobre la eliminación cambiaron drásticamente durante la Ilustración: la aparición de la noción de individuo autónomo puso en primer plano la modestia personal, especialmente entre los sexos. Antes de que fuera mal visto, era común para la gente de todas las clases sociales, orinar y defecar en interiores, en chimeneas y rincones ocultos, así como en exteriores, en calles y callejones, a la vista de los demás. Sin embargo, ahora estas prácticas se consideraban objetables, si no francamente repugnantes. Por ejemplo, un manual de leyes sociales dictaba que ya no era apropiado entablar una conversación con gente que estaba en cuclillas en la calle. [3] Por primera vez, las partes del cuerpo y los desechos humanos se consideraban elementos vergonzosos que debían ocultarse a la vista.

La moda femenina del siglo XVIII se diseñó teniendo en cuenta la modestia: las mujeres aristócratas podían ocultar discretamente un "bourdaloues", un receptáculo en forma de barco de porcelana bajo sus voluminosas faldas.

Siglo XIX

La incorporación de inodoros con descarga en las viviendas ejemplifica cómo la aceptación de las innovaciones tecnológicas puede estar ligada a un cambio de actitudes sociales. Aunque Sir John Harrington instaló el primer inodoro con descarga de agua en su casa de Bath en 1596, no se hizo popular hasta la Gran Exposición de 1851, donde se exhibió un modelo diseñado por Thomas Crapper para ser producido en masa. Algunos atribuyen su tardía adopción a la falta de acceso al agua corriente y a las convenciones sociales del momento.

Sin embargo, la confluencia de los valores cambiantes y los avances en la ciencia médica impulsaron los desarrollos tecnológicos: Los victorianos llegaron a valorar la higiene personal y la modestia y el descubrimiento de que el agua, y no el aire viciado, transmitía enfermedades, llevó a dar prioridad a la fontanería por sobre la ventilación. Sin embargo, se necesitó una crisis sanitaria, la Gran Peste de 1858, para desencadenar la construcción del extenso sistema de alcantarillado urbano de Londres. El agua corriente, junto con la llegada de los sanitarios producidos en masa, allanó el camino para que los inodoros domésticos se convirtieran en una necesidad asequible para las clases altas y medias. Por primera vez, dos actividades previamente segregadas -lavado y eliminación-, se unieron en una habitación cerrada, el baño privado que hoy tan incorporado tenemos a nuestras vidas.

Las instalaciones de fontanería fabricadas a precios asequibles y atendidas por sistemas de saneamiento público no sólo dieron lugar al nacimiento del baño doméstico, sino que también hicieron posible otro desarrollo significativo, la aparición de los primeros baños segregados por sexos. Como describe el profesor y erudito en leyes Terry Kogan, el diseño de los baños en los Estados Unidos se formó mediante una ideología de "esferas separadas" que confinaban a las mujeres, consideradas el "sexo débil", al hogar mientras que los hombres, física e intelectualmente más fuertes, eran libres de ocupar el espacio público. Los hombres y las mujeres utilizaban los “privies”, recintos de madera independientes que normalmente se encontraban en los patios traseros de las casas. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, las mujeres comenzaron a abandonar progresivamente los hogares para participar en actividades culturales y comerciales metropolitanas, así como para trabajar. Esta circunstancia se percibía como un peligro para ellas por lo que, en respuesta, los arquitectos introdujeron espacios exclusivos para mujeres en bibliotecas, hoteles, grandes almacenes y fábricas, concibiéndolos como refugios seguros que protegían a las “mujeres vulnerables” de las presiones masculinas.

Parte 3: El baño moderno

Abyección

A finales del siglo XIX, dos actividades -lavado y eliminación- se consolidaron en una habitación cerrada configurada en dos tipos de baños estándar que han llegado hasta nuestros días: el baño doméstico privado y el baño público segregado por sexo. A lo largo del siglo XX, sus diseños se refinaron a medida que los arquitectos modernos y los diseñadores respondían a las nuevas ansiedades culturales sobre el cuerpo "abyecto".

La filósofa feminista Julia Kristeva empleó el término abyección para describir la incomodidad inducida cuando entramos en contacto con los desechos humanos, no sólo la orina y las heces, sino también otras sustancias corporales descargadas en los baños, como el sudor, la saliva, la mucosidad, el vómito y la sangre. Numerosos pensadores, incluyendo a Sigmund Freud, Luce Irigaray, John Paul Sartre, Mary Douglas y Elizabeth Grosz han proporcionado una variedad de explicaciones para los sentimientos de ansiedad provocados por la abyección. Los subproductos humanos son amenazadores porque, a diferencia de los materiales sólidos que son estables y fáciles de controlar, los fluidos corporales son sustancias intrínsecamente inestables que resisten la contención.

Aunque varían en textura y apariencia, las sustancias abyectas comparten una característica común: se consideran inmundas. Pero como Mary Douglas argumenta, no hay nada inherentemente sucio en la suciedad. La suciedad es una construcción cultural, "materia fuera de lugar", que "ofende el orden".[4] Por esta razón, los elementos viscosos se consideran especialmente repelentes porque existen en un estado límite e indeterminado entre sólido y líquido que desafía nuestro sentido de orden y control. Y lo que es peor, a veces son descargados por cuerpos que han perdido el control físico debido a la enfermedad, la vejez, la discapacidad o la muerte.

Peor aún, estos incontenibles fluidos viscosos no sólo violan nuestro impulso de orden, sino que subrayan la porosidad y vulnerabilidad del cuerpo. Tendemos a consolarnos concibiendo la piel humana como una membrana impermeable que funciona como las fachadas de los edificios; una superficie continua que encierra el cuerpo, el receptáculo de la mente, y que nos diferencia claramente del mundo exterior. Pero las sustancias corporales cruzan el límite de la piel, fluyendo de dentro a fuera. Sustancias viscosas como el sudor, el pus y la sangre, se filtran y rezuman por los poros y las llagas mientras que la orina, la saliva, las heces, el vómito y el fluido menstrual son expulsados por nuestros orificios -nariz, oídos, boca, genitales y ano- minando nuestra ilusión de corporalidad cerrada. Según Grosz, "Atacan la aspiración del sujeto a la autonomía y al yo".[5] Al transgredir los bordes de la piel, las secreciones contradicen la ficción tranquilizadora de que somos seres autónomos en pleno control de la vida, recordatorios inquietantes de que somos vulnerables, seres materiales mortales, hechos de carne y hueso.

Esta abyección se ha utilizado para perpetuar las brechas de género, el racismo y la homofobia. Los fluidos abyectos están implícitamente asociados con la feminidad, la maternidad, el embarazo y la menstruación, reforzando la idea de que las mujeres, al igual que los fluidos corporales que expulsan, son sucios y potencialmente contaminantes. Paradójicamente, hasta el siglo XX, a los hombres, a diferencia de las mujeres, se les permitía orinar en las calles y el semen, una sustancia que posee todas las características de lo abyecto, se celebra en las charlas de vestuario y en la pornografía. En otra línea, los racistas consideran que la piel no blanca es sucia. Los supremacistas blancos estadounidenses justificaron las leyes de Jim Crow que ordenaban la segregación de los espacios públicos, incluidos los baños "de color", argumentando que los afroamericanos exponían a los blancos a enfermedades contagiosas como la sífilis y que amenazaban con contaminar la pureza de la raza blanca mediante el mestizaje [6]. El erotismo no hetero-normativo fue catalogado de la misma manera como una amenaza para muchos hombres heterosexuales. Este profundo temor se materializó durante la crisis del SIDA, cuando los hombres homosexuales fueron retratados como portadores de enfermedades que amenazaban con exponer a los heterosexuales a fluidos corporales infecciosos en los baños públicos.

Modernidad

Historiadores como Ian Miller han demostrado que los sentimientos de vergüenza desencadenados por las sustancias corporales se remontan a la antigüedad.[7] No es de extrañar que la reputación de los baños, y en particular de los baños públicos, se viera empañada. Fueron vistos como lugares donde la gente inevitablemente entra en contacto con sustancias abyectas descargadas de sus propios cuerpos y de los de los extraños. En respuesta, la arquitectura moderna vino al rescate. Arquitectos como Le Corbusier y Adolf Loos estudiaron el diseño de los baños para superar la amenaza de la abyección. En sus polémicas publicaciones, Le Corbusier y Adolf Loos celebraron lo que era en ese momento una nueva tecnología: la fontanería y los accesorios de plomería junto con superficies blancas y brillantes de piedra, porcelana o azulejos. Los baños conectados en red a los sistemas de saneamiento de la infraestructura urbana permitieron a los arquitectos literalmente eliminar las secreciones corporales que propagaban enfermedades y que plagaban las anteriores civilizaciones urbanas europeas.

Pero también, los arquitectos modernos unieron los sistemas de gestión de residuos con la estética. El diseño de Le Corbusier para el baño principal de la emblemática Villa Savoye ejemplifica cómo los arquitectos recurrieron a estas estrategias duales para superar la abyección a través del diseño.[8] Los baños modernos antisépticos permitieron a los usuarios repudiar su carne mortal y sus subproductos a través del ocultamiento. Los lavabos e inodoros producidos en masa fueron diseñados con desagües discretamente colocados para eliminar la evidencia visual y olfativa de los residuos. Le Corbusier publicó diagramas que comparaban los servicios mecánicos de un edificio -manipulación del aire y fontanería- con los sistemas respiratorio, circulatorio y excretorios humanos. Ambos sistemas, el no humano y el humano, están ocultos a la vista, escondidos en cavidades detrás de las pieles que visten a las personas y los edificios.

Para Le Corbusier, la exhibición y la ocultación se podían articular. En sus publicaciones, el arquitecto incluyó fotografías del innovador baño principal de la Villa Savoye, que trató no como un retrete cerrado convencional, sino como un recinto abierto revestido de azulejos antisépticos. Está dividido del dormitorio principal sólo por una plataforma elevada de azulejos que incorpora una bañera empotrada y una pared de azulejos cuyo contorno curvilíneo se asemeja a un chaise longue. Cuando se ve desde el dormitorio principal, este conjunto escultórico enmarca una vista de los accesorios que Le Corbusier trata como iconos. Las superficies de porcelana impermeables y fáciles de limpiar dan la tranquilizadora impresión visual de limpieza. Curiosamente, el inodoro ofensivo permaneció discretamente escondido en un armario aislado.

La higiene se ve reforzada por el color. El blanco es un color asociado con la pureza religiosa y racial e históricamente asociado con tipos de edificios como iglesias, hospitales y laboratorios que promueven la salud y el bienestar. Según Barbara Penner, durante la época de Le Corbusier, el blanco tenía asociaciones medicinales explícitas: el lavado con cal blanca se aplicó a las paredes de los retretes, fosas sépticas y urinarios públicos a lo largo del siglo XIX como desinfectante para combatir el cólera y la fiebre tifoidea. En la Villa Saboya, no sólo el diseño del dormitorio principal sino también la entrada principal es un testimonio de la convicción de Le Corbusier y sus compañeros de que la arquitectura podía triunfar sobre la abyección a través del matrimonio de la tecnología y el diseño: el primer objeto que los visitantes encuentran cuando ponen un pie en el vestíbulo es un lavabo de porcelana blanca.

Siglo XX

A mediados del siglo XX, el baño higiénico fue concebido como territorio de las mujeres. Los baños reforzaron la división de género en materia de trabajo doméstico. Los fabricantes aprovecharon una oportunidad lucrativa para vender productos dirigidos a las consumidoras de clase media. En publicaciones como House and Garden, los anuncios presionaban a las mujeres para que compraran los últimos productos y accesorios de baño para demostrar que eran dignas amas de casa capaces de mantener los estándares de limpieza sin precedentes. Las campañas de marketing masivo unieron el consumo, la estética y la higiene. El ritual del baño del sábado por la noche una vez a la semana fue sustituido por la ducha o el baño diario promovido como un emblema de la higiene doméstica por los anuncios de baño.[9]

En la posguerra, los medios de comunicación, incluidas las películas de Hollywood, promocionaron los baños no sólo por sus atributos higiénicos sino también como lugares de relajación, placer y seducción. Las seducciones en la bañera son un elemento básico en las películas de James Bond como Thunderball y Moonraker. Hoy en día, a medida que pasamos más y más tiempo con nuestros dispositivos digitales navegando por el espacio virtual, los baños se han vuelto más importantes que nunca en la imaginación americana: han sido remodelados como spas caseros, retiros donde podemos reconectarnos con nuestro ser.

La desaparición del baño público

El auge del baño privado coincide con el declive del baño público. Los primeros baños públicos inaugurados en el Palacio de Cristal fueron una sensación popular y copiados en ciudades de toda Europa y América. Sin embargo, los baños públicos, considerados antiguamente como una característica obligatoria de cualquier metrópoli civilizada europea o americana del siglo XIX, se volvieron escasos en el siglo XX. Ya no se consideraba un componente esencial del reino público como lo fue desde la antigüedad hasta el siglo XIX, para el siglo XX los baños se convirtieron en un mal necesario, una concesión a la necesidad biológica, un destino que estamos obligados a usar cuando no estamos en casa. De hecho, en América el "baño público" es un término equivocado: hoy en día, si se puede encontrar, son servicios de acceso limitado, disponibles sólo para los clientes a los que se les permite el acceso a los edificios privados en los que se encuentran: oficinas, restaurantes, teatros y centros comerciales. Los pocos baños verdaderamente públicos que quedan tienden a encontrarse en los centros de transporte y se consideran lugares a evitar: lugares sucios, llenos de enfermedades y peligrosos frecuentados sólo por marginados sociales.

Lecciones Históricas - Conclusiones

¿Qué lecciones se pueden derivar de esta historia cultural sobre el diseño de los baños? La variedad de iteraciones que han asumido los baños desafía el mito modernista imperante de que el baño es funcionalista por excelencia y su diseño se encuentra determinado por consideraciones técnicas, fisiológicas y psicológicas aparentemente objetivas y naturales. Los precedentes históricos demuestran que ya no es necesario aceptar el baño segregado por sexos como una inevitabilidad histórica: los ejemplos de baños termales y letrinas comunales romanas y medievales, junto con los baños privados de patio trasero americanos compartidos por las familias, disipan el mito imperante de que los baños segregados por sexos responden a una necesidad universal de privacidad entre los sexos. La historia demuestra que el baño segregado por sexo es un invento victoriano, basado en el supuesto problema de que las mujeres eran emocional y físicamente vulnerables y necesitaban refugiarse en espacios exclusivos para mujeres cuando se aventuraban fuera del hogar en el espacio público [11].

La historia se convierte en una fuerza liberadora que nos enseña que el futuro no tiene por qué ser como el pasado. Nos invita a renunciar a códigos y normas anticuados y a sustituirlos por alternativas de diseño nuevas e innovadoras que registren la naturaleza compleja, fluida e interseccional de la raza, la clase y el género de manera que se cumplan los objetivos de equidad, diversidad e inclusión social. El precedente análisis revela que algunas soluciones de diseño que a primera vista podrían parecer radicales -como la solución multiusuario que defiende Stalled!- simplemente reviven ideas del pasado. Y en el proceso de inventar futuros alternativos, podemos inspirarnos en algunos de los grandes ejemplos arquitectónicos de la historia. Desde Thomas Jefferson, la arquitectura cívica americana ha buscado abrazar la tradición clásica romana. ¿Por qué no podemos aprender de los Baños Romanos e invertir recursos del gobierno en proyectos que reconozcan los baños públicos como componentes clave de la infraestructura pública? En lugar de tratarlos como espacios de uso único a los que acudimos para realizar actividades que nos enseñan a avergonzarnos como lo hacemos ahora, ¿podríamos seguir los pasos de los romanos y reconcebir los baños como destinos sociales multiusos arquitectónicamente distintivos en los que se mezclan personas de diferentes clases, identidades y corporalidades?

Notas

1. Penner, Barbara. Bathroom. London: Reaktion Books, 2013. p.182. Slavoj Zizek on “Toilets and Ideology,” www.youtube.com; The Plague of Fantasies (London: 2008) pp. 4-5. Quoted in Penner p.143. Blumenthal, Dara. Little Vast Rooms of Undoing: Exploring Identity and Embodiment Through Public Toilet Spaces. New York, London: Rowman & Littlefield, 2014.4. Douglas, Mary. Purity and Danger: An Analysis of Concepts of Pollution and Taboo. London: Routledge, 1966. p. 35.5. Grosz, Elizabeth. Volatile Bodies. Toward a Corporeal Feminism. St. Leonard’s: Allen and Unwin. 1994. p.193.6. Abel, Elizabeth. Bathroom Doors and Drinking Fountains: Jim Crow's Racial Symbolic.7. Miller, Ian Miller. “The Senses.” In The Anatomy of Disgust. Cambridge, Mass.: Harvard. University Press, 1997.8. Helen Molesworth. “Bathrooms and Kitchens: Cleaning House with Duchamp.” In Plumbing: Sounding Modern Architecture. Ed. Nadair Lahji & D.S. Friedman. New York: Princeton Architectural Press, 1997.9. Lupton, Ellen and Miller, J. Abbot Miller. The Bathroom, the Kitchen and the Aesthetics of Waste. New York: Princeton Architectural Press, 1992.10. Baldwin, Peter C. “Public Privacy: Restrooms in American Cities 1869–1932” Journal of Social History. Volume 48. No 2 (2014) p. 264-288.11. Kogan, Terry. 2007. “Sex-Separation in Public Restrooms: Law Architecture, and Gender.” Michigan Journal of Law.

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